sábado, 25 de diciembre de 2010

En un rincón de un café

Fumaba opio con una larga pipa de madera brillante, sentado en una silla metálica de espaldar endeble, con la mirada fija en una mesa negra donde estaban las cervezas, y envuelto en una maraña urdida por una oscuridad asfixiante. El humo salía por su boca al mismo tiempo que llevaba a su labio inferior el reborde de la abertura de la botella de cerveza, para beber un sorbo que se mezclaba pesadamente con el sabor selvático y casi rocoso de un humo lechoso y viscoso. El narcótico se introducía paulatinamente en su torrente sanguíneo mientras su cerebro comenzaba a actuar de manera distinta, como en cámara lenta, y las cosas se le presentaban extrañas, y le era imposible emitir o comprender sonido alguno.

El sujeto frente a él inhalaba el humo de un porro de marihuana y lo exhalaba en forma de círculos perfectamente torneados, pero estos se deshacían rápidamente y tomaban formas diversas. Ambos se entretenían tratando inútilmente de controlar con la mente los movimientos indomables del humo, que solo daba vueltas hasta llegar al techo. La danza de sus partículas coloides solo era perceptible para los hombres cuando se interponían entre la luz y sus rostros. Por momentos dejaban de verlo porque se perdía en el espacio, a medida que iba elevándose, siempre con el deseo innato de llegar al cielo para mezclarse con las nubes.

En un punto cercano a la lámpara sobre ellos, los humos que ambos botaban por la boca se aglutinaban, formando uno solo. Las mesas se volvían blancas, tersas y suaves, y cuarenta dedos torpes y trémulos comenzaban a acariciarlas suavemente. Las mentes de los dos hombres que fumaban sin parar parecían adherirse al humo y elevarse con éste, perdiéndose en el espacio y moviéndose helicoidalmente, merodeando, buscando un resquicio por donde escapar del encierro. Una vez lo encontraba, sus partículas se iban agolpando rápidamente hacia afuera, como si el pequeño túnel en el rincón del café fuese un embudo, y la parte ancha fuese la entrada y la parte angosta la salida. Y a medida que iba saliendo seguía mezclándose con otros humos de la ciudad, con el humo de los carros, de las fábricas, de las fogatas, y de los cigarrillos cargados de nicotina, formando así una especie de cardumen en el que se acompañaban mutuamente para no nadar solos hasta las nubes.

El humo llegaba finalmente, después de un largo trayecto y de mezclarse con un sinfín de humos ajenos, a lo más alto de la troposfera. Allí los humos comenzaban a actuar como carceleros. Dejaban entrar los rayos solares pero cuando estos iban a salir de nuevo, luego de rebotar en la superficie terrestre, no los dejaban, como si los rayos fuesen reos y la tierra una cárcel.

Y mientras los dos sujetos que fumaban opio y marihuana en el rincón de aquel café oscuro sentían como sus cerebros despertaban gradualmente del estupor en el que estaban sumidos, los dos humos lívidos que ambos habían arrojado por sus bocas, intentaban, sin tregua, introducirse en el interior de los nubarrones tristes y grises que cubrían el cielo y que estaban a punto de precipitarse hacia al suelo. Lo intentaban con tanta avidez que conseguían su cometido y podían satisfacer, al fin, su deseo innato de llegar al cielo para mezclarse con las nubes.       

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Las búsquedas

La búsqueda de la verdad absoluta es la búsqueda más infructífera de todas las que ha emprendido alguna vez el ser humano.




martes, 7 de diciembre de 2010

La Lluvia



¡Oh lluvia tormentosa!
Lluvia desdeñosa,
oscureces el mundo
con un suspiro
y una gota.

¡Oh lluvia temerosa!
Lluvia hermosa.
Rompes el silencio
con tus palmas,
rompes el cielo
con tus garras.

Y te ves tan triste
y melancólica,
tan mustia
y tan sola,
que quisiera
secar tus lagrimas
y ver
el ponzoñoso resplandor
que esconden
tus mejillas esponjosas.

¡Oh lluvia seca!
lluvia fresca,
lluvia que olvidas
y derribas
la suciedad
de los espíritus

Lluvia que hoy caes
sin temor,
sin desconfianza,
para lavar
la inmundicia
de la sociedad
más corrompida.

¡Ay, lluvia desdichada,
lluvia solitaria,
lluvia que manchas
de agua y murria
los vitrales
de las casas
y las ventanas
de las almas
terrenales!

Cuando te hayas ido
no quedará
en la memoria
del mundo,
nada más,
que el dulzor
de tu roció.

sábado, 4 de diciembre de 2010

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Mentiras

Qué triste es la vida cuando
se usan argucias
todo el tiempo,
cuando se miente de frente 
y sin aprensión alguna.

Que triste es la vida,
cuando nos engañan
con sofismas y ardides,
similares a los
trucos de 
los prestidigitadores,
para hacernos creer, de verdad,
sus mentiras.

Sin embargo,
es aun más triste la vida
cuando no es a 
los demás
a quienes les mentimos
sino a nosotros mismos, 
cuando cruzamos esa delgada frontera
de la conciencia
en el proceso olvidamos
lo que alguna vez fuimos:

Humanos sinceros.

lunes, 22 de noviembre de 2010

sábado, 20 de noviembre de 2010

El Tiempo y el Espacio


Los Años golpean fuertemente a las almas desoladas y arrasan con todas ellas hasta devastarlas y soterrarlas en los terrenos más lúgubres de la tierra. El espacio oprime los cuerpos y estos se resisten con un estoicismo mítico que acaba por doblegarse y esfumarse como un cachorro aterrado. Y juntos, el tiempo y el espacio, reducen la existencia humana a un experimento en el que los dioses son los científicos y los humanos, intrascendentes ratones de laboratorio. Y con cada año que discurre, estamos cada vez menos seguros de quiénes somos y de porque somos lo que somos;  solo corremos espantados hacia un lado y hacia otro, por caminos misteriosos y obscuros como un hoyo negro.

Lo peor es que esas preguntas parecen tener menos respuestas a medida que nuestra vida, nave intergaláctica, se va alejando de aquel tiempo en que nacimos y se va acercando cada vez más a ese paraje incierto de la muerte. Años luz separan ambos extremos, pero existen atajos capaces de reducir aquellas distancias y transformarlas en una simple caminata nocturna por un barrio peligroso o un viaje en un ómnibus que desciende por una pendiente angosta y sin parapetos. A veces se ven reducidos a su expresión más mínima, y llegan a ser tan lacónicos que pueden ser recorridos en la inmovilidad de la soledad, recorridos mientras se lee la prensa sentado en un escaño de un parque publico.

Lo importante de todo esto es entender que un año más de vida no es motivo de celebración ni de lamentos, es sólo un hecho que llena inexplicablemente de euforia los corazones ingenuos, pues por un momento los distrae de los óbices, como el tiempo y el espacio, que se interponen entre ellos y la existencia más libérrima.    

lunes, 15 de noviembre de 2010

lunes, 8 de noviembre de 2010

Una particula, un instante, y una misma respuesta

Cada vez que llueve de noche me acuerdo de los pobres vagabundos, aquellos que parecen estar destinados a deambular errantes por las calles más sucias y más tristes del mundo. Y me acuerdo de los niños que crecen sin padres, comida, amparo o techo. Me acuerdo de los negros que están pagando las esquirlas de la esclavitud de otros siglos. Me acuerdo de los pobres viejos que ya ni fuerzas tienen para sublevarse en contra del sistema. Me acuerdo de todos los que tienen que soportar el frio desgarrador de la soledad y la decadencia, del hambre y la pobreza, de las humillaciones y desidias de una sociedad que los repugna con todas su fuerzas. Y todos esos recuerdos me perforan el corazón hasta hacer de él un túnel sin fondo y sin comienzo.

Y justamente eso: un comienzo.

Todo comienza con el comienzo mismo. Un cataclismo de energías que colisionan en el vacío . Una explosión que desata la locura más infausta jamás vista por las deidades del Olimpo. Un, ¡boom!, y ahí están los planetas, los humanos y los días. Y ahí están el tiempo, el espacio, y la vida; la naturaleza, la maldad y la codicia; la perfidia, la herejía y la envidia; la alegría, la fe, el fervor, la miseria y la esperanza eterna. Porque desde que existimos ha habido desequilibrio. Porque sin importar cuantas veces recomencemos, el desarrollo será siempre el mismo. Porque eso somos, humanos sin destino y sin origen.

A veces me pregunto, ¿qué pasaría si una de esas partículas de polvo que flotan en el aire que respiro fuese un universo entero, diminuto y vasto, invisible ante los lentes de los microscopios más potentes? Si dentro de ella hubiese mil galaxias o mil millones de planetas. Si dentro de ella existiesen humanos que se hacen la misma pregunta que yo y que en este mismo instante la escriben también en un papel blanco que encontraron bajo una lámpara amarilla. Si en ella hubiesen mundos con sociedades y lenguajes como los nuestros. Si hubiese alguien con mi aspecto, mi nombre y mis costumbres; con mi acento, mis angustias, y mis mismos pensamientos pasajeros. ¿Cómo sería nuestro universo si cada partícula fuese un universo distinto y paralelo al nuestro?

La misma pregunta me hago con los vagabundos; con los niños que conviven diariamente con el pauperismo de las calles; con los negros rezagados por la discriminación más absurda e inicua de todas; con los ancianos famélicos y fláccidos que aguardan por la muerte bajo dos cartones viejos y una luna llena que los observa sin descanso. ¿Cómo seríamos si nadie fuese nadie y todos fuésemos un solo y poderoso todo? ¿Cómo sería nuestro mundo si cada hombre sobre la tierra fuese único y al mismo tiempo semejante a cada hombre?

Me divierto tanto imaginándome un mundo donde esa premisa no es solo un sueño socialista, sino una realidad histórica, donde cada ser humano tiene derecho a todo y a nada, y donde cada ser humano vive libremente y sin presiones de ningún tipo. Y es tan divertido preguntarme al son del golpeteo de la lluvia en mi ventana, ¿qué pasaría si, del mismo modo en que las partículas de polvo son un universo, fuese igualmente nuestro propio universo una partícula de polvo que flota frente a los ojos de alguien que se hace la misma pregunta que yo me hago en este instante?

Y la respuesta es siempre la misma.

El Nobel de todo un continente

Terminé de leer uno de los mejores libros de todos los tiempos semanas antes de que al peruano Mario Vargas Llosa le fuera comunicado por teléfono que era el nuevo Nobel de literatura. Ese libro es La guerra del fin del mundo, un libro con un poder de persuasión tan vigoroso que es imposible no verse arrojado a ese universo que el escritor ha creado con asaz maestría. Su prosa clara, su estilo extraordinario, sus artificiosas técnicas narrativas, y su trasfondo cultural e histórico, hacen de esta portentosa obra uno de esos deleites literarios que son tan difíciles de encontrar en las librerías cuyos estantes se ven, casi siempre, rebosados de tantos malos novelistas.

Y si bien es cierto que la literatura no debe ser medida en ningún momento, ya que los parámetros para hacerlo son eternamente debatibles, si es posible advertir cuando una obra ha sido producto de un esfuerzo continuo y una vocación entregada que han dado como resultado una historia concreta y seria, en lugar de una historia trivial o superflua. Es por esta razón, principalmente, que muchos escritores se pierden en la senda escabrosa del escritor, porque no son capaces de sobrellevar la carga abrumadora de esa dedicación perpetua que implica la profesión. “Escribir es un trabajo” afirma el Nobel en una de las tantas entrevistas que ha dado a los periodistas del mundo. Y no hay duda alguna de que esta afirmación se ve reflejada en su vasta obra, dentro de la cual se hallan novelas como La fiesta del chivo (2000), La casa verde (1966), Conversación en La Catedral (1969), y su única novela policiaca ¿Quién mato a Palomino Molero? (1986), por nombrar sólo algunas. Todas ellas de un valor literario e histórico imprescindible y que conforman junto con otras tantas obras maestras del siglo XX, un patrimonio hispanoamericano invaluable, comparable solamente al esplendor griego de Homero y Sófocles, al Siglo de Oro de Cervantes y Quevedo, a la era isabelina de Marlowe y Shakespeare, al modernismo europeo de Proust y Joyce, o a la generación de los maestros rusos de Tolstoi y Dostoievski.

Épocas, movimientos, generaciones enteras marcadas por unas realidades sociales y culturales irrepetibles. Acaso por ello, cuando una nación o un continente vive una situación crítica surgen plumas incomparables, como ocurrió justamente en Latinoamérica durante lo que por tantos años hemos denominado Boom, que no es más que un periodo en el cual la desigualdad social, la desestabilización democrática, el surgimiento de grupos insurrectos, el incremento vertiginoso de exiliados debido a las persecuciones políticas por parte de los regímenes autoritarios, y el aumento exponencial de la violencia y la pobreza, proporcionaron la inspiración suficiente para un pequeño grupo de escogidos que con su lucidez e intelecto internacionalizaron la voz de todo un subcontinente. Escritores de la talla de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, y el mismo Mario Vargas Llosa, el más joven de todos, que dieron a conocer a todo el mundo nuestras angustias, aspiraciones, temores, estragos, y sufrimientos más esenciales. Que de todos estos grandes escritores solo dos hayan logrado alzarse con el máximo reconocimiento literario, no es, de forma alguna, una subestimación al enorme talento de los demás, sino una prueba refulgente de que la academia sueca aún no ha logrado establecer parámetros precisos e infalibles, pues estas no son las únicas omisiones graves que han cometido. Grandes autores clásicos del siglo XX no fueron condecorados con el galardón como es el caso de Kafka, Joyce, Tolstoi, Proust, Zola, y Valéry. Y si estos magníficos escritores europeos considerados por la crítica literaria como los gurús de la literatura moderna no fueron premiados, ¿porque necesitarían serlo los escritores del Boom para que se consoliden en el ámbito literario? No lo necesitaron. El Nobel es simplemente un reconocimiento más, quizá el de mayor renombre, pero de ninguna manera fundamental para el escritor. Llosa, por ejemplo, ha manifestado varias veces que no es sano para el espíritu del escritor pensar en el Nobel. Y es cierto. No es sano porque desestimula la frescura y naturalidad literaria, y por el contrario estimula subconscientemente una ambición irracional por el éxito, que termina por apagar más temprano que tarde la lumbre espontanea con que han logrado trascender los grandes autores.

Ahora, todo esto no significa que Mario Vargas Llosa no deba emocionarse por el reconocimiento. De hecho, es bien sabido que nadie a excepción de Sartre (voluntariamente) y Pasternak (obligado por la dictadura soviética) han rechazado el premio. Por ello el peruano debe sentirse orgulloso de que este año por fin le haya sido otorgado el galardón que desde hace tanto estaba esperando, porque escritores como Faulkner, Hemingway, Tagore, T.S Eliot, Mann, Hesse, Camus, Kipling, García Márquez… se han parado donde él se parara en diciembre para recibir el diploma y la medalla, y eso es, sencillamente, un honor inmenso. Y por eso la alegría que hoy vive el peruano nacido en Arequipa aquel 28 de marzo de 1936 y que en la década del 60 se hizo famoso con La ciudad y los perros –para muchos su obra maestra aunque para mí lo es La guerra del fin del mundo– es una alegría que repercute en toda América Latina. Al fin dieron fruto sus “mudas”, sus “contrapuntos”, y sus “vasos comunicantes”.     

Sin embargo, lo más importante en este momento es que el peruano tenga muy claro que el premio no le ha sido entregado solamente, «por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota», sino también por ese matrimonio de imaginación literaria y moral pública, como afirmó su hijo, el también escritor Álvaro Vargas Llosa. Pero sobretodo se le ha entregado como un reconocimiento a aquella lista mítica que tantas tribulaciones vivieron en París y que tanto auge tuvo en la segunda mitad del siglo XX, logrando por medio del poder de sus letras ser una de las voces de nuestro continente.


jueves, 28 de octubre de 2010

Un miercoles por la noche


Un miércoles por la noche se varó un taxi frente a mi apartamento. Ya casi era jueves y aun no conseguía dormirme. Escuché, en medio de mi insomnio, como el taxista cerraba la puerta enfurecido y abría el capó para tratar de averiguar el problema, y entonces, invadido por una enorme curiosidad me asomé a la ventana. Se notaba a leguas que el hombre no sabía nada de mecánica porque al poco tiempo de que volviera a sentarse en la silla del coche otro taxista se parqueó delante de él, abrió la cajuela y sacó dos cables muy gruesos, uno azul y otro rojo, y luego de abrir su capó utilizó las tenazas de cobre que estaban colocadas en los extremos de cada cable para conectar su batería con la del carro de su amigo, y encendió su taxi para que la transmisión de energía comenzara.

Todo iba bien hasta ese momento y yo ya había vuelto a mi cama con la firme intención de hallar el sueño, sin importarme si debía rastrearlo a través de campos llenos de ovejas o dentro de nubes de colores con sabor a frambuesa, cuando al poco tiempo de haberme arrebujado con mis cobijas de osos sonrientes, pude escuchar el motor de un taxi que se alejaba, y sonreí porque realmente me alegraba que aquel inexperto taxista hubiera solucionado el inconveniente, pero su mala suerte estaba dispuesta a salpicarme un poco de inconformidad, pues un pitido agudo y estruendoso me hizo perder la cuenta de mis ovejas.

De nuevo me asomé a la ventana y vi que la alarma del taxi se había estropeado debido al fallo inesperado de la batería. ¡Qué diablos!–pensé–¿por qué tenía ese taxista que vararse precisamente frente a mi ventana?. Traté de mantener la calma y de soportar el recalcitrante sonar de una ruidosa bocina que acompañaba al molesto pitido, pero el estrepito era sencillamente intolerable. Así que acerque a la ventana la silla de mi escritorio y tomé una caja de cartón que escondía bajo mi  cama y le sacudí el polvo; al abrirla lo vi, ahí estaba, reluciente como siempre, el rifle con que solía cazar roedores obesos en el páramo y matar golondrinos en el valle. Lo agarré ávidamente, corrí las cortinas para mejorar mi anglo de tiro y abrí la ventana, apoyé el cañón del rifle sobre el borde de la misma y le dispare a la caja de la alarma que sobresalía, roja y diminuta, entre las piezas negras y grasientas del carro, y acallé finalmente el ruido que tanto me inquietaba, y el taxista empezó a mirar para todos lados, buscando a quien le había quitado semejante problema de encima, pero cuando me vio comenzó a señalarme con espanto  y a gritar enérgicamente: ¡Auxilio! ¡Auxilio!. Yo no estaba dispuesto a pasar más tiempo despierto solo porque a ese taxista se le había varado el carro por haber dejado prendidas las luces largo rato mientras tomaba café con almojábana en una panadería del barrio. 

No lo pensé dos veces, halé del gatillo y le di un buen disparo en el centro de la cabeza, disparo que le perforó el cráneo y le desactivó el cerebro en un segundo. Una vez recobrado el silencio habitual cerré la ventana por temor a atrapar un resfrío, corrí las cortinas hacia el otro lado, guardé el rifle en la caja y la puse otra vez bajo mi cama, me arrebujé con mis cobijas de osos sonrientes y terminé de contar en silencio mis ovejas.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Crimen en el puente de la 58



Ustedes lo vieron caminar por la acera, con el cigarro encendido entre sus labios, con los ojos fijos en el piso, con las manos trémulas y la tez pálida. Vieron el bulto sobresalir de su chaqueta y se dieron cuenta de lo que iba a suceder, pero ustedes, ustedes no hicieron nada. Fingieron ignorarlo. Quisieron simular que él no había pasado junto a ustedes. Pero no tuvieron éxito. Poco después del cataclismo fatídico, los interrogaron uno por uno y sus respuestas, que se contradecían entre sí, nos permitieron descifrar todo lo oculto tras sus múltiples argucias. ¿Cómo van a salir de esta ahora? ¿Cómo van a escapar de los procesos legales que están a punto de venírseles encima?

Lo único que tenían que hacer era detenerlo. Era tan obvia la intención de aquel sujeto hosco y misterioso, que es inentendible como reaccionaron. Era casi posible olfatear la nicotina mezclada con sangre, que iba calentándose a medida que recorría sus venas. Era casi posible olfatear el tenebroso combustible que lo impulsaba a terminar con la confusión que lo ataviaba de pies a cabeza y sentir como si se estuviese palpando, la pasión romántica que por esos momentos lo hacía reflexionar profundamente. Pero se quedaron estupefactos cuando vieron los destellos rutilantes que brotaban de la hoja de acero inoxidable, que hendía el aire blandiéndose de un lado a otro ¿Lo recuerdan ahora, recuerdan que el asía la hoja de acero por el mango, porque la hoja tenía un mango y el la tomaba por el mango? El mango le permitía moverla virtuosa y ágilmente, le permitía proferir golpes certeros con facilidad. Si la hoja no hubiese tenido mango no hubiera podido hacer lo que hizo. Pero desafortunadamente la hoja si tenía mango. Tenía mango y fue por eso que pudo rebanar al muchacho que se hallaba entre ustedes como una cebolla sobre una tabla de madera. Tú hubieras podido golpearlo o incluso él, aunque sea escuálido y chaparro. Así, hubieran podido evitar la masacre aberrante que aconteció frente a ustedes. Alguno hubiese podido sujetarlo por detrás y algún otro quitarle la hoja, para luego entre todos tumbarlo al piso e inmovilizarlo. Pero es  incomprensible como dejaron que se escapara luego de matarla, como dejaron que corriera frente a ustedes, como dejaron intimidarse al punto de permanecer completamente quietos, como dejaron subyugarse por el horror. Dan vergüenza. Dan asco. Siempre con su egoísmo narcisista. Siempre preocupados por ustedes y solamente por ustedes. 

¡Ustedes hubiesen podido evitar la hecatombe trágica que terminó con la vida de esa pareja adorable que se besaba impasible, aislada por completo del entorno que los rodeaba! Pero ustedes no son más que unos cobardes. Cada uno de ustedes piensa solo en sí mismo, en su bienestar, en obtener placer, porque es el placer el que guía la vida de los seres humanos. En ese sentimiento se basan sus decisiones, en eso y en nada más. Y, claro que placer pueden sentir al ayudar a los demás, sino el sentimiento de satisfacción que siente un filántropo cuando dona dinero desinteresadamente.

Pero obtener esa recompensa implicaba arriesgar su vida, su bienestar, y para cada uno, no hay nada más importante que eso ¿verdad? Claro, que importa la humanidad si ésta existe por uno y para uno, si el mundo es una polea que gira sobre un eje y uno es ese eje. Si todo es una creación de la mente, de la imaginación desaforada de cada quien. Si la naturaleza, el espacio y el tiempo, los dispone cada uno, porque cada uno los siente de manera distinta. Sí, si todo esto es cierto qué más da la humanidad, qué más da el universo. Ustedes tienen razón, a la larga, de haber actuado como actuaron. De haber matado gente sin moverse. Contra esta clase de argumentos no se puede discutir, son simplemente irrefutables, poderosamente incuestionables.

Aunque, no moralmente correctos. Pero que importa ya eso, nadie puede enseñarles de moral a ustedes en este momento, ustedes ya tienen la moral podrida, y ante algo como esto es completamente inútil intentar cuestionarlos, es una pérdida de tiempo dar vueltas alrededor de bagatelas literarias, de fruslerías filosóficas que a ustedes poco les interesa, ¿no es así?

Acéptenlo, a ustedes les importa la literatura tan poco como les importan los demás. Y les importa poco precisamente porque la literatura es escrita por los demás, y poco importa lo que el resto de la humanidad tenga para decirles ¿no? Hay que desvestirse intelectualmente para entender esto. Si se sigue creyendo que todo lo dicho anteriormente no es cierto, se comete un error de magnitudes tenazmente estrafalarias. Sincérese cada quien con sí mismo, de ese modo podrán entender más agudamente lo que sucede a su alrededor, podrán comprender que se ve con los ojos equivocados el universo al pretender que se tiene siempre la razón, que se ha alcanzado la verdad absoluta simplemente reflexionando. Solo así podrán, al fin, entender que la manera en la que actuaron fue enteramente errada, que su indiferencia hacia la gente es dañina. ¿Qué tal si sus hijos hubieran sido asesinados, si hubiesen sido ellos a quienes rebanaron como una cebolla sobre una tabla de madera? Qué tal si hubiesen intentado rebanarlos a ustedes y nadie los hubiera auxiliado, si sus aullidos de cólera y terror hubiesen sido ignorados, tal como ignoraron ustedes la mirada malévola y frívola con que aquel hombre macabro y misterioso los observaba mientras caminaba por el puente. Tal como ignoraron la manera en la que temblaban los brazos del hombre, la manera en la que se palidecían sus mejillas vacías y flácidas, la manera en la que daba pasos cortos y lentos como demorando la masacre que en poco tiempo iba a cometer. ¿Qué tal si ustedes no hubiesen pasado por alto señales tan obvias como esas? ¿Qué creen que hubiera pasado?

Sí, si hubiesen hecho algo cuando lo vieron caminar sobre el puente con la misma inocencia de una colegiala virgen,  con su cigarro encendido entre sus labios, con los ojos fijos en el piso, con las manos trémulas y la tez pálida, seguramente no habrían matado ni a Angélica ni a Ricardo. Seguramente aún estarían vivos. Estarían entre ustedes, y no olfateando flores marchitas bajo tierra. Todo dependía de ustedes, ustedes hubiesen podido evitar todo este escollo. Habrían podido evitar que aquel asesino loco se hubiera acercado pausadamente hasta donde Angélica y Ricardo se besaban apasionadamente, recostados desinteresadamente sobre la baranda del puente mientas ustedes pasaban frente a ellos observándolos con la intrínseca y mórbida curiosidad que poseen todos los humanos. Habrían podido evitar que se detuviera frente a ellos y gritara: “¡Maldita traicionera!”. Evitar que sacara de su chaqueta la hoja de acero inoxidable para luego atravesar con ella los pechos juveniles de la muchacha y el corazón espantadizo del muchacho. Evitar que saliera corriendo como un toro al que le han quemado el trasero con una varilla de hierro hirviendo. Evitar un espectáculo tan espantoso y traumático, que dejara una huella imborrable en su memoria multitudinaria.

Qué bello hubiese sido todo si hubiesen actuado, pero que feo terminó siendo en realidad. En esto como en todo lo demás, lo que predomina es el deseo, el deseo de permanecer siempre en un mundo cuya tranquilidad es indestructible e imperturbable, para así nunca ser molestados por los problemas ajenos. Para no resbalar en los charcos lodosos que se forman en el camino de la vida.

El relato del crimen del puente de la 58 acaba aquí. Ninguno de ustedes fue hallado culpable y la conclusión a la que se ha llegado es que se trató de un crimen pasional. El único rastro del asesino es el cigarro medio acabado hallado a unos cuantos metros de donde estaban ustedes, sobre la acera donde termina el puente y por donde corrió el asesino con la misma velocidad de un rio caudaloso, para no ser atrapado por las manos débiles de la justicia.

Si las orquídeas lloraran...


Si las orquídeas lloraran, llorarían por verte viva, por volver a ver tus labios olvidados en la cotidianidad de mis días.

Si el daguerrotipo de tu cara conservara aun un liviano halito de vida, un último aliento de esperanza, rompería el marco dorado del portarretratos en que está expuesto y lo guardaría en mi bolsillo para siempre, y no lo abandonaría sino para ir corriendo a encontrarme con tu alma límpida, que aguarda por mí con los brazos extendidos, dispuestos cual escalera de cuerda para ayudarme a subir por el precipicio que conduce al séptimo cielo.

¡Ay! no olvides nunca, que si las orquídeas lloraran, no hay duda, de que llorarían para recordarme de quien me he olvidado.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Esta es la historia de como empecé a escribir:




Tengo 17 años y cuando tenía más o menos 11 tuve que escribir una historia para el colegio que debia estar ubicada en la edad media. Todavia no se me habia ocurrido nada y ya faltaba solo un dia para la fecha de entrega, cuando vi el comercial o el tráiler de una película (ya no recuerdo bien) que se trataba del Rey Arturo. Entonces, una inquietud surgió dentro de mí. No conocía muy bien la historia del Rey Arturo, ni siquiera estaba seguro de que fuera del Medioevo, lo único que sé es que me sentí inspirado. Me pregunté (sin saber siquiera si él había alguna vez existido): “¿Que sentiría él si supiese que casi un milenio después de haber muerto la gente sigue hablando de él?”.  Ante este pensamiento me decidí a escribir una historia relacionada con él. Antes de empezar a escribir le pregunté a mí papa quien fue el Rey Arturo y él me respondió: Él no existió, es solo un personaje literario, alguien ficticio. Pero contrario a lo que muchos podrán pensar no me sentí desilusionado, porque entonces me dije: “quienquiera que haya escrito ese libro pasó a la historia”.
Escribí el cuento y lo entregue al día siguiente. Una semana después nos entregaron los trabajos revisados y con las respectivas calificaciones. Había obtenido un 97 sobre 100. Me sentí muy emocionado y, como era de costumbre en mi salón, la profesora aununcio quienes habían obtenido las tres calificaciones más altas, y resultó que yo había obtenido la mas alta. Jamás me había sentido tan orgulloso de mi mismo, supongo que no fue tanto por la calificación sino por la satisfacción de saber que había tenido éxito con algo que había disfrutado haciendo. Cuando terminó la clase la profesora me dijo: Nunca pares de escribir, tienes mucha imaginación. Sé que te preguntaras porque no sacaste 100 (en realidad no me lo preguntaba), no obtuviste esa calificación porque usaste un nombre que ya existía.
“Nunca pares de escribir”, bien supongo que había olvidado esa frase, ha pasado tanto tiempo que ya ni recordaba porque había empezado a escribir pero ahora vuelve a mi. Empecé a escribir porque no quería que lo que yo pensaba muriera conmigo, porque quería ser como aquel que escribió el libro de donde surgió el Rey Arturo. Porque quería expresar todo lo que sentía, plasmar todas mis preguntas y responderlas escribiendo. Y aun no puedo creer que después de 5 o 6 años de escribir y leer con tanto amor, estuve a punto de parar...


martes, 14 de septiembre de 2010

Finest hour

A pessimist sees the difficulty in every opportunity; an optimist sees the opportunity in every difficulty. 

Continuous effort - not strength or intelligence - is the key to unlocking our potential.

Winston Churchill



These two sentences have completely changed my view about life. For a couple of months I felt melancholic, sad, confused. But when I read the second phrase I realized that he was right, that the key to succes is to effort. I have to accept that one day I took a hasty decission: I promised myself that I wouldn't write again. I guess I was desperate, tired by the constants battles that take place inside me. But now I know that I can't stop writing, because writing is the way I express myself without shame, free from social pressure. It is the only way that I feel comfortable being me, and that's something I cant say not to. That's why now I promise myself that no matter how disappointing can something I've written be, I'll never stop writing.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Life is such a Mystery...

Fragment from Chapter 18 of: The Picture of Dorian Gray







The next day he did not leave the house, and, indeed, spent most of the time in his own room, sick with a wild terror of dying, and yet indifferent to life itself. The consciousness of being hunted, snared, tracked down, had begun to dominate him. If the tapestry did but tremble in the wind, he shook. The dead leaves that were blown against the leaded panes seemed to him like his own wasted resolutions and wild regrets. When he closed his eyes, he saw again the sailor's face peering through the mist-stained glass, and horror seemed once more to lay its hand upon his heart.




But perhaps it had been only his fancy that had called vengeance out of the night and set the hideous shapes of punishment before him. Actual life was chaos, but there was something terribly logical in the imagination. It was the imagination that set remorse to dog the feet of sin. It was the imagination that made each crime bear its misshapen brood. In the common world of fact the wicked were not punished, nor the good rewarded. Success was given to the strong, failure thrust upon the weak. That was all. Besides, had any stranger been prowling round the house, he would have been seen by the servants or the keepers. Had any foot-marks been found on the flower-beds, the gardeners would have reported it. Yes, it had been merely fancy. Sibyl Vane's brother had not come back to kill him. He had sailed away in his ship to founder in some winter sea. From him, at any rate, he was safe. Why, the man did not know who he was, could not know who he was. The mask of youth had saved him...



Oscar Wilde

sábado, 4 de septiembre de 2010

El canto del gol

El canto del gol se convirtió de pronto en un grito estridente que se extendio velozmente a lo largo de paisajes floridos, de ciudades lúgubres, de playas tropicales, y de pueblos muy alejados del alegre bullicio multitudinario que se combinaba con los tambores y pitos mas estruendosos de todo el país. El manto gris tejido en el cielo azulado por nubarrones cargados de tristeza e impotencia, se desvaneció rápidamente para abrirle paso a la luz rutilante que contagió a la gente con un entusiasmo desaforado y vivo. El alborozo de la gente se juntó con el canto de los pájaros endémicos que celebraban la llegada del estío.
Era un hecho; en el país de la injusticia se había ganado, al fin, una copa del mundo.

Y mientras allí se celebraba entre mares espumosos de cerveza y esplendorosos asados campestres, una hecatombe dolorosa destruía los cimientos de una sociedad que siempre pareció capaz de soportar derrotas de tal magnitud, pero que ahora que tenía que sufrirla se hundía en la tierra infértil del arrepentimiento y se ahogaba en las lagunas hondas del llanto inconsolable.


La delgada línea que separa la cara de la gloria de la cara de la vergüenza, es la accidental alegría de marcar un gol.


jueves, 2 de septiembre de 2010

El Pueblo Mas Cercano

Mi abuelo acostumbraba decir:

"La vida es asombrosamente breve. En mi memoria se ha abreviado tanto que, por ejemplo, no puedo comprender como un joven es capaz de decidirse a montar a caballo para viajar al pueblo mas cercano, sin miedo a que (y esto dejando aparte los accidentes que pueden producirse) el tiempo de su vida no le baste, ni de lejos, para dar cumplimiento a su viaje".



Franz Kafka