sábado, 20 de noviembre de 2010

El Tiempo y el Espacio


Los Años golpean fuertemente a las almas desoladas y arrasan con todas ellas hasta devastarlas y soterrarlas en los terrenos más lúgubres de la tierra. El espacio oprime los cuerpos y estos se resisten con un estoicismo mítico que acaba por doblegarse y esfumarse como un cachorro aterrado. Y juntos, el tiempo y el espacio, reducen la existencia humana a un experimento en el que los dioses son los científicos y los humanos, intrascendentes ratones de laboratorio. Y con cada año que discurre, estamos cada vez menos seguros de quiénes somos y de porque somos lo que somos;  solo corremos espantados hacia un lado y hacia otro, por caminos misteriosos y obscuros como un hoyo negro.

Lo peor es que esas preguntas parecen tener menos respuestas a medida que nuestra vida, nave intergaláctica, se va alejando de aquel tiempo en que nacimos y se va acercando cada vez más a ese paraje incierto de la muerte. Años luz separan ambos extremos, pero existen atajos capaces de reducir aquellas distancias y transformarlas en una simple caminata nocturna por un barrio peligroso o un viaje en un ómnibus que desciende por una pendiente angosta y sin parapetos. A veces se ven reducidos a su expresión más mínima, y llegan a ser tan lacónicos que pueden ser recorridos en la inmovilidad de la soledad, recorridos mientras se lee la prensa sentado en un escaño de un parque publico.

Lo importante de todo esto es entender que un año más de vida no es motivo de celebración ni de lamentos, es sólo un hecho que llena inexplicablemente de euforia los corazones ingenuos, pues por un momento los distrae de los óbices, como el tiempo y el espacio, que se interponen entre ellos y la existencia más libérrima.    

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