Para ti, mi serendipia vital
Un Dédalo Sin Horizonte
lunes, 1 de noviembre de 2021
Bayeta
martes, 1 de junio de 2021
Sutilezas
El gato corre y salta solo cuando le tiran una buena bola a las patas. El problema es que solo él toma la decisión de lo que es o no una buena bola en las patas. Eso hace que el juego sea muy aburrido a ratos.
No tan aburrido como el juego de la mota en el aire, decía Valentina. Pero para esa niña todo es aburrido, menos hablar de niños. El Niño que le gusta en cambio ama el juego de la mota. Ella no lo sabe, porque si lo supiera seguro que no le diría a Pedro que es aburrido por jugar con la mota. Pedro no le pone mucho cuidado de todos modos, él solo agarra la mota y se va al cuarto de al lado a jugar, frustrado por tener que compartir con su prima después del colegio.
El colegio sí que es aburrido, piensa Pedro y no entiende cómo es que a Valentina le gusta ir. Claro, él no sabe que a ella le gusta un niño y que si no va al colegio no puede ir a clases con él y verlo jugar fútbol en los descansos. No tiene muchas amigas porque prefiere verlo jugar fútbol con sus amigos, se sube por el respaldo del pequeño montículo que sirve de gradería y apoyando ambos codos sobre la cima, con el mentón puesto en sus palmas, se queda viéndolo y pensando que juega mejor que Cristiano Ronaldo, aunque no sabe quién demonios es Cristiano Ronaldo.
Pedro sí que lo sabe, pero prefiere a Messi. Y él sí encuentra el colegio aburrido salvo por el descanso, porque a él no le gusta ninguna niña. Al menos este año no, el anterior estaba enamorado de una niña de trenzas y pecas que le decía negrito. Le decía cosas como no me mires así negrito, no quiero hacer toda la fila, me compras unas galletas negrito, esta vez no te puedes sentar con nosotras negrito, de pronto mañana sí, si eres un buen negrito. Pero la cambiaron de colegio y para Pedro el colegio perdió gracia. A diferencia del juego de la mota, que sigue siendo divertido y sin duda lo mejor que le ha pasado desde la última vez que le dijeron negrito.
Valentina consiente al gato y ve un canal televisivo y piensa que si aprende a cocinar, podría cocinarle algo al niño que le gusta y así él le preguntaría que si le puede dar un besito. Ha escuchado a la abuela decirle a mamá que los hombres se conquistan por el estómago. El gato se aterra de pensar que Valentina quiera aprender a cocinar y se baja de su regazo y sale del cuarto.
En el otro cuarto Pedro juega a la mota en el aire, pero cuando ve entrar al gato se detiene y va a agarrarlo a él. Lo alza con mucha brusquedad y el gato maúlla ahogadamente ante el susto. Pedro imagina que está escuchando un country hecho en Arkansas y empieza a bailarlo agarrando el gato por sus axilas delanteras. Al gato no le parece nada divertido lo que está haciendo Pedro y piensa que mejor se hubiera quedado en la sala solo, mordiendo y aruñando su pelota.
En el corte comercial, Valentina se para y se va a la cocina. Quiere ver si puede cocinar algo, quiere ver si tiene talento. Tal vez pueda hacer las tostadas francesas que hace su mamá los domingos de desayuno. ¿Habrá huevos?
Pedro se sienta después de bailar y empieza a consentirle el entrecejo y la naricita al gato. El gato lo disfruta, se arrepiente de haber pensado en lo de la sala y reflexiona que en esta vida no hay goce sin sufrimiento. Pedro se queda mirando el lomo del gato, lo inspecciona y ve que tiene muchas manchas blancas. Un poco al revés de una niña de su clase que es muy blanca y tiene muchas manchas cafés y pequeñas en sus cachetes y su nariz. Ella siempre quiere jugar con él, pero él prefiere jugar a la lucha ranchera con sus amigos. Ella quisiera que él jugara con ella a la lleva o a la tierra olvidada, pero él sólo lo hizo un recreo y se aburrió tanto que llegó a odiar el recreo. Pedro tiene un problema serio con el aburrimiento. Por eso se va a buscar a Valentina. Va a intentar hacer las paces con su prima y decirle que jueguen al invasor extraterrestre.
Al salir del cuarto, al gato algo le huele mal y sabe que no es su arenera porque se la limpiaron anoche y hoy no ha ido al baño. Pedro abre la puerta de la cocina y ve a Valentina envuelta en humo. Todo el humo empieza a salir por la puerta, dándole las gracias a Pedro por dejarlo salir. Pedro no entiende señales de humo, entonces no entiende que le dieron las gracias, pero sí le pregunta a Valentina qué ha pasado. Ella responde diciéndole que estaba intentando hacer tostadas francesas y que le parece que se equivocó en la receta.
La abuela abre la puerta del apartamento y ve todo el humo en la sala y el comedor, deja caer la bolsa de mercado en el umbral, tira el bolso encima de la mesa del comedor y corre hacia la cocina. Valentina le da la misma explicación a la abuela. Pedro sólo se ríe desde el umbral.
El gato le pasa por entre las piernas a la abuela, pero ella no se da cuenta porque está regañando a Valentina. A Pedro también lo regaña por no haber hecho nada y sólo reírse ahora. Valentina sale brava y casi llorando de la cocina luego de querer justificarse. Pedro la mira mal a la salida y ambos se sacan al tiempo las lenguas. La abuela se queda renegando con la cabeza. Abre las ventanas para que el humo entero pueda salir de la cocina. En ese momento suena la tostadora indicando que el pan carbonizado ya está. El gato se compadece de la abuela y se lamenta, mientras se limpia con la lengua las patas de adelante.
Pedro va a buscar a Valentina en el cuarto de estudio. Valentina llora en una esquina, recostada en la biblioteca y dibujando con sus dedos garabatos tristes sobre el suelo. Pedro se le acerca, se acuclilla y la abraza y le pide perdón por reírse, ella lo empuja al comienzo, pero luego de que Pedro le consiente un poco la cabeza ella misma es la que lo abraza. Al separarse, Pedro le pone un dedo sobre la nariz y le sonríe y le dice que jueguen al invasor extraterrestre y ella sonríe un poco, lo suficiente como para que Pedro sepa que el juego está a punto de comenzar, Pedro se para con un pequeño brinco, le tiende la mano a Valentina y la ayuda a parar, corren juntos al sofá del cuarto, le quitan las fundas a los cojines y las usan para hacerse una suerte de turbantes que pretenden ser cascos espaciales. El juego ha comenzado.
Poetisa floral
Procurar ser lírica en la prosa no es tarea fácil. Ser lírica nunca es fácil. Una mira el cielo nocturno desde la ventanilla de un avión y le vibran la piernas, siente un temblor foráneo en las venas, y quiere expresarlo, dejar que las palabras lancen destellos entre lo nebuloso del pensamiento, como los relámpagos por los que se sobrevuela míticamente, mientras se contemplan a través de la lluvia crispada las estrellas recortadas contra la roca antigua de la noche. ¿Dónde está la poesía dentro de mí? Ansío que aparezca la Ninfa y me seduzca, me vaya tentando desde la planta de los pies hasta la corona de la cabeza, con una caricia sedosa y profunda, desatando tal embeleso en mí que me sea inevitable lanzarme al vacío de la creación. No deseo tocar acá lo divino. Suficientemente etéreo es ya el saber que se vuela por encima de las nubes y que por debajo de la panza del avión salen como pistilos de una flor relámpagos tenaces, tan ávidos de caer como yo. Algunos dirían que la poesía no está en el pensar sino en la posesión. Y yo, sólo contemplo y elucubro nimiedades como una tejedora de antaño, como el tiempo que hila las horas y las vidas en un mismo tejido universal. Viejos hábitos de prosista. Ese tal vez sea mi error. De pronto debo entregarme al ardor que siento en la entrañas, no temer, lanzarme y abrir los brazos de par en par y creer en que se volará antes de estrellarse, deseando con la religiosidad de un verdadero creyente que no se corra con la suerte de Ícaro. Una está llena de impresiones, de imágenes que la conmovieron otrora, y tiene siempre la ilusión de que algún día se dé el aterrizaje sublime y empiecen todas a cristalizarse una tras otra en una melodía embriagante e inescapable, en una épica húmeda de eufonías y retazos vibrantes que todo lo toque y todo lo diga. Por eso trato de hilvanar sensaciones pensando lo menos posible, asechando la nuez que no se rompe, es ese el alto desafío que me agobia, sin ánimo de ponerme griega o acudir a un vocabulario que fácilmente haría lírico lo simplón, la amarga impresión de trozos de la noche sobre la ebúrnea fugacidad de las palabras, es toda frase un fuego fatuo que arde y se levanta del cuerpo yerto de mi prosa, dejo que un jazz lejano melódicamente relampaguee en mi anhelo poético, abro los brazos de nuevo y aspiro a que un hálito tibio haga de ellos plumíferos instrumentos de amor, que la música del ensueño siga acercándome al sol enorme de la poética elusiva, volar tan cerca como sea posible, transgredir mi forma habitual de escribir y abandonar toda seguridad y toda precisión, entregarse al caudal de las palabras y navegar por el delta marrón en el que la majestuosidad de la poesía pretende endulzar la salada vastedad de este mar prosaico y frío, en el que ni los pingüinos tiernos que consuelan las musas abandonadas por el océano de escritores infames se atreverían jamás a nadar, como lo hace por el cielo este avión trémulo y osado en cuya metálica armazón ninguna flor logra exhibir brillante su fragancia sempiterna e inefable, son entonces mis dedos el barco que rompe el agua hacia dentro cuando allende la costa está la joya primigenia, el escondite audaz de los suspiros, la arena debajo del remate de las columnas aún erguidas en la fachada del mundo, la embocadura y la desembocadura fulgurante donde el fénix empolla en secreto sus huevos sin muerte y sin tiempo.
domingo, 10 de julio de 2016
Cóctel tornasolado
miércoles, 24 de febrero de 2016
Gotas notables
Agazapadas y anhelantes las gotas en el mutismo del sol,
la panza del estrato es escindida
para que se despeñen con melodía hasta su fin.
Silente espera el mugre a su mártir
y ¡PLAF!
los recién desposados ruedan tristes al desagüe.
TIC. PLAC. PLAAAC. PLOF.
martes, 15 de abril de 2014
Ana
Y fue gracias a la influencia de su flamante novia que el poeta se convenció de decirle por fin a Samuel que lo que escribía era pésimo. Para Samuel fue durísima aquella conversación, no sólo porque comprendió que hacía ya mucho tiempo que el poeta había dejado de disfrutar la amistad, sino también porque entendió que su oportunidad de ser escritor era ahora lo mismo que para un náufrago un barco que se aleja en lontananza. Dos días fingió Samuel estar enfermo para no ir al trabajo, cuando en realidad estuvo todo el tiempo perdido hondamente en la selva confusa del alcohol y las tres prostitutas de culos grandes que tenían sexo a ratos con él y a ratos sin él. La orgía se detuvo cuando Cindy escuchó a Johana decirle a Jessica que se había dado cuenta de que el idiota ya no tenía más efectivo. Con una resaca terrible, Samuel fue al otro día al trabajo y vomitó sin que nadie lo supiera en una de las negras canecas oblongas adosadas al pasillo de la entrada. Natalia, una de sus compañeras de trabajo, sí intuyó lo ocurrido tan pronto se bajó del ascensor, pero nunca se atrevió a mirar al interior de la caneca y se llevó esa sospecha a la tumba. Un poco más allá de la hora del almuerzo, Samuel se tomó dos comprimidos efervescentes y se sintió mucho mejor. Tanto así, que manejando por la noche hacia su casa pudo soportar, quizás por primera vez en su vida, una emisión entera de La hora del regreso.
domingo, 27 de enero de 2013
Jazz
Yo leo la vida como si fuera un jazz sempiterno: todo elemento que compone este universo es para mí una nota musical a la espera de ser descubierta por un clarinete nostálgico, una trompeta ensordecedora, un saxofón embrujador; veo toda la historia de la humanidad como un Si tu vois ma mere en slowmotion, un fútil dialogo de instrumentos con el único y frívolo propósito de divertir a ese, que vaya uno a saber si realmente existe.
miércoles, 3 de octubre de 2012
El Clon
¿Te dije que quemé el primer borrador de esta dedicatoria sin emisario? Bueno, lo hice, y sé que vas a pensar que no he cambiado nada, que sigo siendo igual de tonto y díscolo, pero te equivocas, la verdad es que ya no soy el mismo desde que peleamos bajo el puente, no soy el mismo desde que dejamos de hablarnos, desde que decidimos que la distancia era la respuesta. No sabes cuantas veces he reconstruido esa escena, ni sabes tampoco cuantas veces me he arrepentido de lo que dije y también de lo que no dije. Pero el punto es que quemé el primer borrador porque revelaba demasiado de mí y también de ti. Y de todos modos me doy cuenta sin haber releído el texto de que esta versión no se aleja lo suficiente de lo que fue la primera.
Todavía me aterro, desprovisto totalmente de la supuesta frialdad que otorga el tiempo a los amantes, de cómo lograbas engañarnos a todos por igual, de cómo nos hacías creer que te parecías a un jazz cuando en realidad eras un blues profundo y sin cadencia. Eres verdaderamente una tremenda actriz. Cada vez que te veo en alguna revista o en algún insoportable noticiero del mediodía, mientras me dejo atender por el mesero de todos los días en el restaurante de todos los días, trato de recordar cómo eras cuando no actuabas. Pero siempre estabas entregada por completo a un personaje, nunca dejabas de interpretar a alguna mujer inventada o a esa niña traviesa creada por ti misma, medio personaje de Nabokov medio personaje de García Márquez, que nos hacías llamar Violeta. Recuerdo nítidamente cuando empezaste a conseguir papeles cinematográficos y yo te ayudaba a ensayar tus escasas líneas. La devoción que ponías en cada frase, en cada palabra, era en cierto modo un espejo de mi oficio de escritor y siempre sentí que tú eras mucho mejor en tu arte que yo en la mía. La prueba es que tú cumpliste tu sueño de llegar a Broadway y yo no he publicado sino una pobre recopilación de cuentos que no vendió más de cien ejemplares. Sabes que mi nombre me lo he hecho a punta de esas columnas ridículas que detesto y que escribo porque necesito el pan. Miento, lo hago porque me he vendido. Si el yo de hace quince años leyera lo que escribo hoy seguramente me patearía el culo y yo no tendría el descaro de resistirme. Tú, del otro lado del caribe y mucho más arriba, interpretas por fin a Eliza Doolitle y a Linda Loman. De hecho, escuché que estabas sonando para interpretar a Lady Macbeth en el montaje que va a hacer una compañía búlgara cuyo nombre no puedo pronunciar. Sé, aunque no lo aparente y te siga vejando por haber tomado la decisión de volverte actriz, que tu gazmoña madre está tan orgullosa de ti como tu hermana.
A ratos te imagino despeinada por un gélido viento de madrugada en algún balcón de Manhattan y te envidio. Y me doy cuenta de que esa envidia que siento no es de que tú estés allá, sino de que tú estés allá sin mí. ¿Recuerdas que habían noches en las que me pedías que me inventara un relato donde tú y yo termináramos, después de muchos avatares, caminando por Central Park en un atardecer ventoso de otoño, con la hojarasca flava cubriendo por completo el asfalto de los senderos? Queríamos tragarnos el mundo, por aquel entonces. Aún no sé en qué momento ese deseo de cada uno dejó de involucrar al otro, porque no voy a negar que también yo empecé a distanciarme. Lo cierto es que poco a poco fue enfriándose la tarde y llegamos al crepúsculo. Estoy seguro que si nuestros amigos hubiesen apostado por quién de nosotros dos habría de sufrir más con el rompimiento, la mayoría se habrían inclinado por ti. Pero yo siempre supe que de los dos la más fuerte eras tú, que estaba mucho más vinculado yo a ti que tú a mí. Secretos de la relación, supongo.
Yo estaba en una esquina de la sala, escuchando la intachable guitarra de I'll see you in my dreams, perdido por entero en el serpenteo melódico del gran gitano y buscando una idea por la cual dejarme seducir para encerrarla eternamente en un papel, cuando te vi abandonar el cuarto con tu maleta roja arrastrándose con esfuerzo por el piso viejo de nuestro apartamento. El cigarrillo que acababa de encender, como resultado de la ridícula necesidad de sublimar estéticamente el acto creativo, abandonó mi boca y calló cilíndrico al piso sin apagarse. Te increpé duramente y es que el sólo temor de no verte cada día me aturdía. Desde que te vi por primera vez en la universidad supe que estaba destinado a eventualmente conquistarte, así tuvieras novio, a enloquecerte, así parecieras ser la más tímida de tu grupo, a alejarte de una profesión que no era la tuya, así creyeras estar tan segura de tu elección y así tu mamá se resistiese, a enamorarte, así estuvieses perdida en tu más grande personaje: la Sofía de los primeros semestres. Supe que estaba condenado a amarte con la misma energía que vertía en mi escritura. Por eso traté de retenerte, por eso empleé todas mis armas de escritor para tratar de revertir lo que ya no podía revertirse. Pero cediste ante mi retórica bien entrenada y a partir de ese día fui otro contigo, la posibilidad de haberte perdido fue suficiente para despertarme del letargo amatorio en el que había estado inmerso las últimas semanas. Y aunque la cosa pareció reverdecer, muy pronto tú caíste en la cuenta de que ya no me amabas. Ante eso no había ya nada que yo pudiera hacer y yo en el fondo lo sabía.
No quiero que te aburras con este derramamiento eterno de frases que ya no sirven de nada, pero hay algo que debes saber antes de que la hagas una bola amorfa y de que la botes a la basura, y sé que eso es lo que harías si la leyeras porque a pesar de todo creo que te conozco un poco. No sé cuantos meses discurrieron desde que logré que te quedaras conmigo, pero sé que para ti no fueron más meses felices. Probablemente te quedaste conmigo más por una deuda con la costumbre que porque realmente tuvieses fe en el resurgimiento de algo ya muerto entre los dos. Y ahora que escucho a Frank Sinatra cantar melancólicamente tu canción favorita
Tengo en el bolsillo de mi chaqueta el papel con el número de... Lorena, sí, creo que ese es su nombre. Supongo que mañana o mejor dicho, más tarde hoy, la llamaré e intentaré conocerla a ella. Debo seguir adelante como tú lo hiciste, así para mí el exorcismo de este amor sea mucho más difícil y requiera de muchas más de estas cartas sin destinatario. Trataré de no ver en ella otra tú, de no ver un clon, una réplica. Después de todo, en este mundo no habrá para mí más que una sola y única Sofía posible.
sábado, 19 de mayo de 2012
Instrucciones para dormir
lunes, 7 de mayo de 2012
Etat Second
La invención pura, la imaginación pura, es una falacia. Nada de lo que produce nuestra mente surge de la nada, todo lo que creamos se vale de algo ya preexistente, de una materia bruta almacenada y que está a la espera de que un momento de inspiración la moldee, de que una explosión creativa la saque a la luz y la haga bogar en la superficie de lo perceptible.