Lo único que tenían que hacer era detenerlo. Era tan obvia la intención de aquel sujeto hosco y misterioso, que es inentendible como reaccionaron. Era casi posible olfatear la nicotina mezclada con sangre, que iba calentándose a medida que recorría sus venas. Era casi posible olfatear el tenebroso combustible que lo impulsaba a terminar con la confusión que lo ataviaba de pies a cabeza y sentir como si se estuviese palpando, la pasión romántica que por esos momentos lo hacía reflexionar profundamente. Pero se quedaron estupefactos cuando vieron los destellos rutilantes que brotaban de la hoja de acero inoxidable, que hendía el aire blandiéndose de un lado a otro ¿Lo recuerdan ahora, recuerdan que el asía la hoja de acero por el mango, porque la hoja tenía un mango y el la tomaba por el mango? El mango le permitía moverla virtuosa y ágilmente, le permitía proferir golpes certeros con facilidad. Si la hoja no hubiese tenido mango no hubiera podido hacer lo que hizo. Pero desafortunadamente la hoja si tenía mango. Tenía mango y fue por eso que pudo rebanar al muchacho que se hallaba entre ustedes como una cebolla sobre una tabla de madera. Tú hubieras podido golpearlo o incluso él, aunque sea escuálido y chaparro. Así, hubieran podido evitar la masacre aberrante que aconteció frente a ustedes. Alguno hubiese podido sujetarlo por detrás y algún otro quitarle la hoja, para luego entre todos tumbarlo al piso e inmovilizarlo. Pero es incomprensible como dejaron que se escapara luego de matarla, como dejaron que corriera frente a ustedes, como dejaron intimidarse al punto de permanecer completamente quietos, como dejaron subyugarse por el horror. Dan vergüenza. Dan asco. Siempre con su egoísmo narcisista. Siempre preocupados por ustedes y solamente por ustedes.
¡Ustedes hubiesen podido evitar la hecatombe trágica que terminó con la vida de esa pareja adorable que se besaba impasible, aislada por completo del entorno que los rodeaba! Pero ustedes no son más que unos cobardes. Cada uno de ustedes piensa solo en sí mismo, en su bienestar, en obtener placer, porque es el placer el que guía la vida de los seres humanos. En ese sentimiento se basan sus decisiones, en eso y en nada más. Y, claro que placer pueden sentir al ayudar a los demás, sino el sentimiento de satisfacción que siente un filántropo cuando dona dinero desinteresadamente.
Pero obtener esa recompensa implicaba arriesgar su vida, su bienestar, y para cada uno, no hay nada más importante que eso ¿verdad? Claro, que importa la humanidad si ésta existe por uno y para uno, si el mundo es una polea que gira sobre un eje y uno es ese eje. Si todo es una creación de la mente, de la imaginación desaforada de cada quien. Si la naturaleza, el espacio y el tiempo, los dispone cada uno, porque cada uno los siente de manera distinta. Sí, si todo esto es cierto qué más da la humanidad, qué más da el universo. Ustedes tienen razón, a la larga, de haber actuado como actuaron. De haber matado gente sin moverse. Contra esta clase de argumentos no se puede discutir, son simplemente irrefutables, poderosamente incuestionables.
Aunque, no moralmente correctos. Pero que importa ya eso, nadie puede enseñarles de moral a ustedes en este momento, ustedes ya tienen la moral podrida, y ante algo como esto es completamente inútil intentar cuestionarlos, es una pérdida de tiempo dar vueltas alrededor de bagatelas literarias, de fruslerías filosóficas que a ustedes poco les interesa, ¿no es así?
Acéptenlo, a ustedes les importa la literatura tan poco como les importan los demás. Y les importa poco precisamente porque la literatura es escrita por los demás, y poco importa lo que el resto de la humanidad tenga para decirles ¿no? Hay que desvestirse intelectualmente para entender esto. Si se sigue creyendo que todo lo dicho anteriormente no es cierto, se comete un error de magnitudes tenazmente estrafalarias. Sincérese cada quien con sí mismo, de ese modo podrán entender más agudamente lo que sucede a su alrededor, podrán comprender que se ve con los ojos equivocados el universo al pretender que se tiene siempre la razón, que se ha alcanzado la verdad absoluta simplemente reflexionando. Solo así podrán, al fin, entender que la manera en la que actuaron fue enteramente errada, que su indiferencia hacia la gente es dañina. ¿Qué tal si sus hijos hubieran sido asesinados, si hubiesen sido ellos a quienes rebanaron como una cebolla sobre una tabla de madera? Qué tal si hubiesen intentado rebanarlos a ustedes y nadie los hubiera auxiliado, si sus aullidos de cólera y terror hubiesen sido ignorados, tal como ignoraron ustedes la mirada malévola y frívola con que aquel hombre macabro y misterioso los observaba mientras caminaba por el puente. Tal como ignoraron la manera en la que temblaban los brazos del hombre, la manera en la que se palidecían sus mejillas vacías y flácidas, la manera en la que daba pasos cortos y lentos como demorando la masacre que en poco tiempo iba a cometer. ¿Qué tal si ustedes no hubiesen pasado por alto señales tan obvias como esas? ¿Qué creen que hubiera pasado?
Sí, si hubiesen hecho algo cuando lo vieron caminar sobre el puente con la misma inocencia de una colegiala virgen, con su cigarro encendido entre sus labios, con los ojos fijos en el piso, con las manos trémulas y la tez pálida, seguramente no habrían matado ni a Angélica ni a Ricardo. Seguramente aún estarían vivos. Estarían entre ustedes, y no olfateando flores marchitas bajo tierra. Todo dependía de ustedes, ustedes hubiesen podido evitar todo este escollo. Habrían podido evitar que aquel asesino loco se hubiera acercado pausadamente hasta donde Angélica y Ricardo se besaban apasionadamente, recostados desinteresadamente sobre la baranda del puente mientas ustedes pasaban frente a ellos observándolos con la intrínseca y mórbida curiosidad que poseen todos los humanos. Habrían podido evitar que se detuviera frente a ellos y gritara: “¡Maldita traicionera!”. Evitar que sacara de su chaqueta la hoja de acero inoxidable para luego atravesar con ella los pechos juveniles de la muchacha y el corazón espantadizo del muchacho. Evitar que saliera corriendo como un toro al que le han quemado el trasero con una varilla de hierro hirviendo. Evitar un espectáculo tan espantoso y traumático, que dejara una huella imborrable en su memoria multitudinaria.
Qué bello hubiese sido todo si hubiesen actuado, pero que feo terminó siendo en realidad. En esto como en todo lo demás, lo que predomina es el deseo, el deseo de permanecer siempre en un mundo cuya tranquilidad es indestructible e imperturbable, para así nunca ser molestados por los problemas ajenos. Para no resbalar en los charcos lodosos que se forman en el camino de la vida.
El relato del crimen del puente de la 58 acaba aquí. Ninguno de ustedes fue hallado culpable y la conclusión a la que se ha llegado es que se trató de un crimen pasional. El único rastro del asesino es el cigarro medio acabado hallado a unos cuantos metros de donde estaban ustedes, sobre la acera donde termina el puente y por donde corrió el asesino con la misma velocidad de un rio caudaloso, para no ser atrapado por las manos débiles de la justicia.
