Un ligero hálito vespertino
arremolinó sus etéreos bucles áureos
e hipnotizó con ellos
a un abyecto reo enamorado.
Entonces supo,
que desde ese momento
y hasta el fin del tiempo,
estaría encadenado a esa mujer…
a su vestido rojo
de escote pronunciado
a su falda corta
y sus piernas largas;
a sus zapatos negros,
bien lustrados,
a su cintura angosta
y su cadera ancha;
a su piel morena
y sus carnosos labios,
a su mirada felina
y su sombrero blanco;
a su nariz respingada
y su postura recta,
a su voz altiva
y su figura alta;
a su lasciva boca,
a su corazón latente,
a su sonrisa nívea
a su sonrisa nívea
y su andar cadente;
a toda ella
y a cada adarme de su cuerpo,
porque sin ella
se perdería para siempre,
en un mundo sin regreso.
a la poesía de su cuerpo
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