A Sofía
Anoche vi a una mujer igualita a ti. Habría jurado que
eras tú si no es porque estaba seguro de que ya no andabas en la ciudad. Era tu
clon. Se movía como tú, sonreía como tú, gesticulaba como tú, temblaba como tú,
incluso tenía la misma manía de mover el pie izquierdo cada nada como
pisoteando un cigarrillo que no quiere apagarse. La vi pasar junto a mí en una
librería, avanzar trémula, sin creer ciegamente en la solidez del suelo. Sé que
hace ya mucho tiempo que no te escribo, pero no es algo que ocurra solamente
contigo, es un bloqueo general, una obstrucción creativa. La primera versión de
esta carta era un poco graciosa, te lo juro, te habrías muerto de la risa si
hubieras visto mi redacción ingenua, parecía un escritor novel, subordinando
frases infinitamente, tratando de trasgredir la forma en un esfuerzo por lograr
algo, en un intento fútil por hacerme sentir, por decirle a quién sabe quién
que yo sí importo, que sí soy bueno en lo que hago y la verdad ni sé porqué
actúo de ese modo si ya sé de antemano que sólo me importa lo que opinas tú, lo
demás me da igual, que si el editor cree en mí, que si la crítica cree en mí,
que si los lectores creen en mí, eso no importa, y creo que ocurre así con todo
escritor: realmente nos influencia la opinión de una sola persona. En mi caso
eres tú. En mi caso tú eres la musa, tú eres la historia, tú eres el objetivo,
la letra, la sangre, la espectadora, la triste protagonista, porque lo que
escribo casi siempre es triste, porque de una u otra forma todo huele a ti, todo
me conduce a ti. Por eso es que a veces me voy de mi casa y deambulo por las
calles sin saber adónde voy, con una botella de vino en la mano que uso para
embriagar la nostalgia acendrada de tu ausencia, para apagar lentamente esa
llama que desde muy adentro me deflagra. Incluso cuando aún estábamos juntos la
vida me parecía vacía sin ti y eso que te tenía conmigo, ahí recostada sobre mi
pecho, apoyada tu cabeza sobre mi hombro cada sábado que íbamos a cine a no ver
la película, porque creíamos que después de Bergman ya no valía la pena ver
nada y que el acto de entrar al teatro era como uno de sus rituales de los que
uno no puede zafarse por más ridículos que sean o por más que uno lo
intente.
El caso es que anoche vi a una mujer igualita a ti y me
acerqué a hablarle para comprobar que era real y no una alucinación forzada,
quería asegurarme de que tu clon trascendía lo físico, pero cuando la tuve
frente a mí no supe que decirle ¿Puedes creerlo? ¡No supe que decirle! El
corazón me palpitaba con inusitada fuerza, mis manos sudaban incansablemente.
Sí, el mismo hombre que fue capaz de halagarte sin saber nada más de ti que lo
que todos en la universidad sabían: que eras una de las estudiantes que estaba
incursionando en el teatro y que al parecer prometías bastante. Sí, ese mismo
hombre no fue capaz de hablarle a tu clon. Bueno, al menos no en el primer
intento. Fue ella la que dijo la primera palabra: hola. Eso fue lo que me dijo
tu clon en el mismo tono en que tú solías decirlo, con esa voz queda y fría que
siempre te critiqué, con el mismo gesto de desinterés con que saludabas a los
extraños, con esa mirada obscura y prepotente con que doblegabas hasta al más
engreído. Vacilé un momento antes de poder responderle, mientras me miraba
expectante, aburrida, agotada, pero una vez que le hablé y de que la interrogué
una o dos veces con toda mi inventiva nos quedamos hablando durante horas. En
un principio mi emoción rebosaba mis ojos y se proyectaba en un brillo
insensato, apresurado, en palabras trémulas que se atropellaban unas a otras
sin sentido en la lucha por ser pronunciadas primero, pero todo se derrumbó
rápidamente como un castillo de naipes. De a poco me fui dando cuenta que tú no
eras aquella mujer, de que nunca lo fuiste, me di cuenta de que tú nunca fuiste
quien realmente eras, que siempre te escudabas bajo un velo infranqueable, me
di cuenta de que yo estuve con una tú inventada, actuada, de que los últimos
cinco años habían pasado demasiado rápido y de que todo había sido inútil
porque no había llegado a conocerte. Advertí que todo lo que yo era es gracias
a ti, pero que si tu habías sido una mentira yo también lo era. Por un momento
me abstraje de la conversación que tenía con… Laura… sí, creo que ese es su
nombre, y toqué fondo, vi el abismo interminable desde donde acaba y comprendí
que vivía un engaño construido, vi que en el café en que estaba se reflejaba de
forma extraña la luz lunar en la baldosa fría de su piso, vi tu rostro que me
hablaba allende de la mesa, vi el diminuto lunar arriba de tus labios fundirse
con el palpitar intenso de tu voz, vi tus manos huesudas agitarse en el aire
incesantemente, vi tus cejas gruesas arquearse y formar una doble bóveda con el
eje recto de tu nariz, vi tus labios rosados expandirse para mostrar tus dientes
blancos en medio de una risa que no comprendía, vi tu pelo castaño refulgir
cual ópalo por la absorción de la luz artificial de los bombillos, vi que en tu
mirada había una acumulación de ayeres que decía más de ti que todo lo que
alguna vez me habías contado.
Después de lucubrar un rato volví a poner atención a lo
que me estabas diciendo, bueno, a lo que me decía tu clon, y me aburrí tan
rápido que apenas pude me paré con un efugio débil y me fui lentamente. El
rumbo que tomé luego es algo que aún no recuerdo, lo cierto es que a eso de la
medianoche me encontré en la Zona Rosa y mientras caminaba a pasos largos por
el andén me asió una incertidumbre general. Comprendí que todo el ruido que me
rodeaba era el espejo fiel de lo que era yo en ese momento, un estanque
bombardeado siempre por cientos de piedras. Entendí que eres más que una
persona, que eres una parte de mí, en el sentido menos cursi de la expresión,
es decir, realmente eres una parte de mí porque reflejas en tu forma de ser mi
soledad absoluta, porque mi amor por ti es una autofobia que tengo miedo a
afrontar, porque te amo enormemente por razones sentimentales que sigo sin
comprender.
Sé que esto que te escribo puede parecer algo sonso, pero
es que el amor es en cierto grado eso: es una estolidez extendida, es un
paroxismo ilusorio, una estela desvaída que se diluye en el cielo. El
amor, Sofía, es ese
miedo que siempre me dijiste que sentías por la noche cuando en medio de la
penumbra te levantabas al baño o a la cocina. El amor es como un jazz en slowmotion, es la caricia
cadenciosa del viento sobre el pasto, es como tu gato al estirarse o como un
perro que agarra un disco cuando aún está en el aire. A lo largo de estos meses
que he estado sin ti he tenido que aprender a vivir incompleto, a andar todo el
tiempo con una ausencia que me horada la planta de los pies y que luego se
aloja cerca a mi rodilla largo rato para recordarme una vez más que ya no estás
aquí. Durante las últimas semanas he querido ir al apartamento de tu hermana,
pedirle tu número y llamarte, pero tu hermana me odia y además te prometí que
no te buscaría. ¡Pero es que es tan difícil no querer buscarte mientras me
resisto a levantarme de la cama a eso del mediodía! Es tan difícil no buscarte
cuando camino por el centro y veo bajar el funicular de Monserrate repleto de
gente que no conozco, cuando leo en el periódico un lamentable reportaje sobre
la hambruna en África y me acuerdo de cómo odiabas que hablara siempre de las
malas noticias, de cómo detestabas que te hablara de temas serios, de la
economía mundial, de los políticos del país, de que todo estaba cada vez peor,
de que cada vez había más pobreza y que nadie se atrevía a hacer realmente
nada. Y ahora que lo pienso todo eso era tan trivial… ¿Sabes algo, Sofía?
El amor es un sentimiento engañoso, nos miente a todos por igual, nos hace
creer que lo necesitamos y sin embargo es él quien nos necesita a nosotros para
existir, por eso se nos vende a cada rato, por eso nos vuelve adictos a él. El
amor está tan perdido que nos obliga a buscarlo. Así como te busco yo a ti al
ver Annie Hall cada noche comiéndome las palomitas de caramelo que tanto te
gustaban, como te busco yo en cada pretexto que invento para escribirte cartas
que nunca vas a leer, como te busco cuando me pongo a escuchar canciones de
Benny Goodman y Harry James mientras me distraigo viendo como muere la tarde,
como te busco al leer las cartas que me escribías en aquel tiempo en que apenas
nos estábamos conociendo, en que caminábamos por la ciudad sin rumbo, siempre deseando
encontrarnos con una aventura deslumbrante que nos sacara del tedio acumulado
del día, pero nunca la encontrábamos y cuando nos acercabamos se nos escapaba
del mismo modo en que ahora te me escapas en cada palabra que escribo esta
mañana en la que todo me sabe a chocolate y senos extraviados, a Serpentine
Fire, a todo eso de lo que tú y yo nos reíamos en los congresos literarios que
tanto odiábamos, a todo eso de ti que se me ha olvidado y que trato de recobrar
cada vez que te escribo pero que de todos modos se me escurre por entre las
letras como agua inagotable.
¿Te dije que quemé el primer borrador de esta dedicatoria sin emisario? Bueno, lo hice, y sé que vas a pensar que no he cambiado nada, que sigo siendo igual de tonto y díscolo, pero te equivocas, la verdad es que ya no soy el mismo desde que peleamos bajo el puente, no soy el mismo desde que dejamos de hablarnos, desde que decidimos que la distancia era la respuesta. No sabes cuantas veces he reconstruido esa escena, ni sabes tampoco cuantas veces me he arrepentido de lo que dije y también de lo que no dije. Pero el punto es que quemé el primer borrador porque revelaba demasiado de mí y también de ti. Y de todos modos me doy cuenta sin haber releído el texto de que esta versión no se aleja lo suficiente de lo que fue la primera.
Todavía me aterro, desprovisto totalmente de la supuesta frialdad que otorga el tiempo a los amantes, de cómo lograbas engañarnos a todos por igual, de cómo nos hacías creer que te parecías a un jazz cuando en realidad eras un blues profundo y sin cadencia. Eres verdaderamente una tremenda actriz. Cada vez que te veo en alguna revista o en algún insoportable noticiero del mediodía, mientras me dejo atender por el mesero de todos los días en el restaurante de todos los días, trato de recordar cómo eras cuando no actuabas. Pero siempre estabas entregada por completo a un personaje, nunca dejabas de interpretar a alguna mujer inventada o a esa niña traviesa creada por ti misma, medio personaje de Nabokov medio personaje de García Márquez, que nos hacías llamar Violeta. Recuerdo nítidamente cuando empezaste a conseguir papeles cinematográficos y yo te ayudaba a ensayar tus escasas líneas. La devoción que ponías en cada frase, en cada palabra, era en cierto modo un espejo de mi oficio de escritor y siempre sentí que tú eras mucho mejor en tu arte que yo en la mía. La prueba es que tú cumpliste tu sueño de llegar a Broadway y yo no he publicado sino una pobre recopilación de cuentos que no vendió más de cien ejemplares. Sabes que mi nombre me lo he hecho a punta de esas columnas ridículas que detesto y que escribo porque necesito el pan. Miento, lo hago porque me he vendido. Si el yo de hace quince años leyera lo que escribo hoy seguramente me patearía el culo y yo no tendría el descaro de resistirme. Tú, del otro lado del caribe y mucho más arriba, interpretas por fin a Eliza Doolitle y a Linda Loman. De hecho, escuché que estabas sonando para interpretar a Lady Macbeth en el montaje que va a hacer una compañía búlgara cuyo nombre no puedo pronunciar. Sé, aunque no lo aparente y te siga vejando por haber tomado la decisión de volverte actriz, que tu gazmoña madre está tan orgullosa de ti como tu hermana.
A ratos te imagino despeinada por un gélido viento de madrugada en algún balcón de Manhattan y te envidio. Y me doy cuenta de que esa envidia que siento no es de que tú estés allá, sino de que tú estés allá sin mí. ¿Recuerdas que habían noches en las que me pedías que me inventara un relato donde tú y yo termináramos, después de muchos avatares, caminando por Central Park en un atardecer ventoso de otoño, con la hojarasca flava cubriendo por completo el asfalto de los senderos? Queríamos tragarnos el mundo, por aquel entonces. Aún no sé en qué momento ese deseo de cada uno dejó de involucrar al otro, porque no voy a negar que también yo empecé a distanciarme. Lo cierto es que poco a poco fue enfriándose la tarde y llegamos al crepúsculo. Estoy seguro que si nuestros amigos hubiesen apostado por quién de nosotros dos habría de sufrir más con el rompimiento, la mayoría se habrían inclinado por ti. Pero yo siempre supe que de los dos la más fuerte eras tú, que estaba mucho más vinculado yo a ti que tú a mí. Secretos de la relación, supongo.
Yo estaba en una esquina de la sala, escuchando la intachable guitarra de I'll see you in my dreams, perdido por entero en el serpenteo melódico del gran gitano y buscando una idea por la cual dejarme seducir para encerrarla eternamente en un papel, cuando te vi abandonar el cuarto con tu maleta roja arrastrándose con esfuerzo por el piso viejo de nuestro apartamento. El cigarrillo que acababa de encender, como resultado de la ridícula necesidad de sublimar estéticamente el acto creativo, abandonó mi boca y calló cilíndrico al piso sin apagarse. Te increpé duramente y es que el sólo temor de no verte cada día me aturdía. Desde que te vi por primera vez en la universidad supe que estaba destinado a eventualmente conquistarte, así tuvieras novio, a enloquecerte, así parecieras ser la más tímida de tu grupo, a alejarte de una profesión que no era la tuya, así creyeras estar tan segura de tu elección y así tu mamá se resistiese, a enamorarte, así estuvieses perdida en tu más grande personaje: la Sofía de los primeros semestres. Supe que estaba condenado a amarte con la misma energía que vertía en mi escritura. Por eso traté de retenerte, por eso empleé todas mis armas de escritor para tratar de revertir lo que ya no podía revertirse. Pero cediste ante mi retórica bien entrenada y a partir de ese día fui otro contigo, la posibilidad de haberte perdido fue suficiente para despertarme del letargo amatorio en el que había estado inmerso las últimas semanas. Y aunque la cosa pareció reverdecer, muy pronto tú caíste en la cuenta de que ya no me amabas. Ante eso no había ya nada que yo pudiera hacer y yo en el fondo lo sabía.
No quiero que te aburras con este derramamiento eterno de frases que ya no sirven de nada, pero hay algo que debes saber antes de que la hagas una bola amorfa y de que la botes a la basura, y sé que eso es lo que harías si la leyeras porque a pesar de todo creo que te conozco un poco. No sé cuantos meses discurrieron desde que logré que te quedaras conmigo, pero sé que para ti no fueron más meses felices. Probablemente te quedaste conmigo más por una deuda con la costumbre que porque realmente tuvieses fe en el resurgimiento de algo ya muerto entre los dos. Y ahora que escucho a Frank Sinatra cantar melancólicamente tu canción favorita
I’m in the mood for love simply because you’re near me
Funny but when you’re near me, I’m in the mood for
love.
soy
más consciente que nunca de la gran brecha que nos separaba por esos días.
Había un vacío tremendo en el ejercicio mismo de amarnos y eso quedaba
especialmente claro a la hora de arrojarnos a la cama sin compasión para llevar
a cabo un acto que nos desvirtuaba con cada orgasmo forzado, con cada gemido
inercial, con cada giro coreografiado en otra rutina antes interpretada, con
cada temblor que el cuerpo sufría en la ejecución del mecanismo del sexo.
Heaven is in your eyes, bright as the stars we’re
under,
Oh, is it any wonder, I’m in the mood for love.
Ya
no éramos los de antes y ya no podríamos ser ellos otra vez, ellos estaban
deificados e inalcanzables en el pasado como los dioses griegos en su decadente
Panteón soterrado por la herrumbre del olvido. Creo que a ti y a mí nos pasó
que en algún punto, que todavía estoy tratando de ubicar, me cogiste una
ventaja tremenda y de ahí en adelante ya no pude volver a alcanzarte.
Why stop to think of whether this little dream might
fade,
We’ve put our hearts together – now we are one, I’m
not afraid.
Después
de que seguí y seguí caminando durante horas, caviloso todo el tiempo, tratando
de entender algo de ti y de lo que nos había pasado, por fin dí con algo que me
detuvo. El alba rayaba ya el cielo con su tela áurea y entonces comprendí el
sueño desbordante de nuestro amor: todo el tiempo que estuvimos juntos fuiste
tú, obra y vida, y yo no fui más que el ojo del que no puede ni crear ni vivir,
el del que no le queda otra opción que entregarse a ser un espectador, un
fotógrafo del momento, un relator del suceso.
If there’s a cloud above, if it should rain, we’ll let
it.
But for tonight forget it, I’m in the mood for love.
Tengo en el bolsillo de mi chaqueta el papel con el número de... Lorena, sí, creo que ese es su nombre. Supongo que mañana o mejor dicho, más tarde hoy, la llamaré e intentaré conocerla a ella. Debo seguir adelante como tú lo hiciste, así para mí el exorcismo de este amor sea mucho más difícil y requiera de muchas más de estas cartas sin destinatario. Trataré de no ver en ella otra tú, de no ver un clon, una réplica. Después de todo, en este mundo no habrá para mí más que una sola y única Sofía posible.
Tengo en el bolsillo de mi chaqueta el papel con el número de... Lorena, sí, creo que ese es su nombre. Supongo que mañana o mejor dicho, más tarde hoy, la llamaré e intentaré conocerla a ella. Debo seguir adelante como tú lo hiciste, así para mí el exorcismo de este amor sea mucho más difícil y requiera de muchas más de estas cartas sin destinatario. Trataré de no ver en ella otra tú, de no ver un clon, una réplica. Después de todo, en este mundo no habrá para mí más que una sola y única Sofía posible.